REUNIÓN CON LAS FAMILIAS
16 octubre, 2023LAS VARIEDADES DE LA LENGUA
18 octubre, 2023Nuestros alumnos de 3º ESO comienzan a crear buenas historias. En esta actividad, y tras la lectura de El Axolotl de Julio Cortázar, han sabido transformar su cuerpo y su existencia en la de un animal.
Esperamos que os gusten:
Rey de ratas
Era una mañana de invierno, el sol estaba por asomarse pero todavía era de noche y el tiempo ya empezaba a refrescar, aunque en la zona del ecuador, donde tuvo lugar esta historia y actualmente vivo, la temperatura aún no era como para abrigarse. En fin, me levanté de mi cama como cualquier otra mañana, con la esperanza de sacarme a mí y a mi familia adelante a base de trabajar duro en el campo, aunque con lo poco que me daba el patrón no mucho podía permitirme. Me levanté pronto, desayuné un trozo de pan con leche y me fui directo de camino a trabajar.
Mientras acompañaba a mis pasos, noté algo extraño de camino, era como si alguien estuviese pidiendo ayuda desesperadamente, parecía ser un hombre mayor. Yo, extrañado, me giré para dar con ese hombre, y a pesar de lo poco que se veía debido a que el sol seguía oculto, logré dar con aquella voz. Venía desde dentro de una alcantarilla, y pensé que aquel pobre se había caído y lesionado accidentalmente, algo que no era extraño, ya que la seguridad en las calles no es algo común en mi país. Aparté la tapa y bajé las escaleras de mano, adentrándome así en las galerías de las cloacas siguiendo aquella señal de socorro.
A medida que iba avanzando, el sonido iba perdiendo su tono, la voz era cada vez más extraña, al punto que dejó de parecer un hombre quien la pronunciaba. Finalmente di con el origen del sonido, pero sólo vi una gran acumulación de ratas de la cual emergía una mano arrugada y con largas uñas, que me agarró de la camiseta. Él me metió en la montaña de ratas y lo único que pude ver fue su otra mano y mi cara reflejada en un cristal que iba clavado en esta. Me fue acercando el objeto y el reflejo de mi rostro iba tomando la forma de ese roedor, y acto seguido me dormí instantáneamente.
Me desperté en un lugar de las cloacas, y además me notaba muy extraño. Mis manos eran de color rosa, mi piel peluda y arrastraba una gran cola detrás de mí. Confuso, fui hacia un charco de agua estancada para ver mi reflejo, y quedé asombrado: mi rostro era el de una rata de alcantarilla, no podía creer semejante cosa. De pronto, escuché múltiples sonidos de gente hablando cerca de mí, pero eran en una lengua extraña, aunque por alguna razón, yo los entendía a la perfección, por lo que decidí ver de qué se trataba.
Aquello era una completa ciudad de ratas, formada bajo tierra en lo más profundo de las alcantarillas, había edificios enteros hechos a base de cartón y latas, y calles transitadas por esos animalillos repugnantes. Intenté hablar con una de ellas, e inmediatamente, al pronunciar un sonido, ya hablaba automáticamente la lengua extraña que antes había escuchado y que me había llevado hasta allí. La ratilla con la que hablé parecía simpática, me explicó que esto era el paraíso perdido y que había sido un afortunado elegido por su dios para vivir aquí la vida eterna.
Pero a mí no me parecía una suerte, quería volver a mi antigua vida, no quería dejar a mi familia. De pronto, una campana sonó, y era la mano que me había agarrado quien la tocaba. Todas las ratas, de repente, comenzaron a ir en la misma dirección, hasta agolparse a los pies de aquel hombre, el cual era considerado su dios. Y fue ÉL quien me convirtió en una rata con un cristal que llevaba clavado en su mano.
Vació una bolsa de basura que contenía restos de comida, y todas comenzaron a comer, aunque había unas que no conseguían alcanzar algo de comida por no ser las más rápidas. Y era normal, ya que estas ratas estaban muy flacas, se les veían los huesos y apenas tenían fuerzas, ya que se alimentaban solo de las sobras que quedaban. Yo detestaba el asqueroso comportamiento de esas pequeñas bestias, sólo pensando en alcanzar comida ellas solas como si estuvieran programadas para ello.
Tras ese momento, todo se calmó, y antes de que aquel hombre se retirara, intenté hablarle, y él se giró y me prestó atención. Me dijo:”¿Eres el nuevo verdad?, ¿te gusta tu nueva vida?” Yo le contesté: “¿Por qué me convertiste en esto? No quiero ser una repugnante rata que va y viene correteando todo el día y sólo pensar en comer lo más posible, quiero vivir mi vida con libertad”. El hombre soltó una carcajada y dijo: “¿Y cómo es tu vida entonces? Te levantas temprano, todos los días a la misma hora, para trabajar todo el día con personas que hacen lo mismo que tú, que sólo intentan sobrevivir, mientras tu jefe es alguien con mucho dinero, que sólo le importa tener cada vez más, dándoos una miseria, sin saber que él depende de vuestro trabajo; pero no se preocupa por vosotros. Mira esto, aquí la vida está solucionada: tenéis comida y todo lo que necesitáis sin salir de aquí, yo me preocupo por vosotros. Sois como mis hijos y yo soy vuestro padre, así que disfruta de esto.”
Vi que tenía razón, pero yo no podía dejar a mi familia, son los seres que más quiero y necesitaba volver a mi vida para ayudarlos y sacarlos adelante, por lo que le grité enfadado al señor para que me dejara ir. ÉL me miró decepcionado, me cogió de la cola y me dijo que no era digno de vivir la vida que me había concedido. Acto seguido, me ató a una cuerda con una piedra al otro lado y, de repente, todas las ratas empezaron a hacer un círculo amontonadas, observando la situación, y se estaban comentando lo que pasaba entre todas, con la mirada fija en mí, pero sin hacer nada.
El señor me cogió y me lanzó al canal de las alcantarillas, y debido a la piedra que tenía atada a mi cuerpo, no podía nadar y acabé ahogándome. Desperté después de haber presenciado una cercana muerte, pero ya estaba en mi cama, ya era una persona de nuevo, y sin saber lo que pasaba, muy nervioso y con un fuerte olor a alcantarilla en mí.
Moisés Blanco Roldán, 3º ESO
Fiesta en la playa
Era un sábado como otro cualquiera, y yo estaba de fiesta junto al puerto de Cádiz con mis amigos y con unas cuantas copas de más. En ese momento me dijo Guille de ir a mear a la orilla: “¡No hay huevos de tirarse al mar!”. Yo, que no estaba en mi sano juicio, sin pensármelo dos veces me tiré. El agua estaba templada, a pesar de ser noche profunda, y de repente noté que me picaba un animal. Justo entonces fui cobrando un aspecto gelatinoso, perdía mi forma y una especie de baba continua dibujaba mis contornos. Entré en pánico, porque no sabía el porqué ni el cómo de aquella transformación. Sin embargo, al rato comencé a pensar que no era tan malo como había creído.
Yo estaba fascinado porque estaba haciendo una cosa que ni en mis mejores sueños lo podría lograr, hasta que me acordé de mi familia y pensé en su angustia al no encontrarme en mi dormitorio a la mañana siguiente. Puede que ya me estuvieran buscando.
Al rato de estar sumergido, escuché una especie de motor como el de una lancha; pero no, era de una barco pesquero de arrastre y, en ese mismo instante, hice un esfuerzo sobrehumano para escapar de la red. Sin embargo, no fue suficiente para combatirla y en un instante pensé que era mi fin. De tantas sacudidas de la red me desmayé y cuando desperté tenía a un pescador con un cuchillo que penetró en el gelatinoso cuerpo de la medusa, en ese cuerpo que era yo mismo. Entré en shock y me desvanecí.
Después de estar inconsciente no sé ni cuánto tiempo, recuperé el conocimiento, abrí los ojos y me encontré tumbado en una camilla en una ambulancia. A mi izquierda estaba Guille, muy preocupado. Le pregunté qué había pasado y el me contestó que me había desmayado debido al alcohol que había ingerido.
Yo comencé a reír a carcajadas, no tanto por lo ocurrido sino por la pesadilla de hombre-medusa de la que me había librado. Guille y el médico no salían de su asombro y se miraban fijamente pensando que estaba loco. En el hospital, ya mucho mejor, me dijo el doctor que había bebido demasiado y había entrado en coma etílico. Cuando ya se hubo marchado el facultativo, le conté todo mi sueño a Guille, quien entendió mi anterior ataque de risa y rio conmigo de nuevo.
Al día siguiente de darme el alta del hospital, ya en mi casa, tenía un dolor continuo en la espalda, me miré en el espejo y pude reconocer una marca de grandes dimensiones, como si de una red se tratase.
Eloy Bonilla, 3º ESO A